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El salterio es un instrumento cordófono milenario. Sus más remotos ascendientes se ubican en Caldea, Babilonia, Egipto, Persia y otras culturas del Oriente Medio. Es hijo de la cítara. En el siglo XI (d. C.) se le denominaba tzantrini en Grecia, con el significante: pulsar cuerdas.
De la patria de Homero saltó al resto de Europa, incluida España, y desde sus puertos navegó a México en el siglo XVI de la mano de los conquistadores.
El salterio es una tabla romboidal de madera con cuerdas, las cuales pueden ser de 10 a 36, y se distribuyen en forma individual o por grupos de dos, tres y hasta cuatro, sin guardar un orden gradual por tonos. Hay salterios pequeños, medianos y grandes, hasta de un metro de largo. Las cuerdas son preferentemente de metal y se puntean con los dedos, uñas, plumas de ave y dedales.
En Europa se tocan con martinetes, baquetas o macillas y se disponen sobre mesas como marimbas, y en México sobre las piernas. Hay salterios con voces de tenores, sopranos y requintos, y su sonido es claramente discernible de otros instrumentos cordófonos como la guitarra, el violín o la mandolina, cuyo sonido es el que más se parece al suyo.
La mayoría de los músicos mexicanos del siglo XIX y de bien entrado el XX compusieron obras para salterio: Juventino Rosas, Abundio Martínez, Manuel M. Ponce, Enrique Mora (autor del vals Alejandra), Miguel Lerdo de Tejada, Lorenzo Barcelata, Higinio Ruvalcaba, José Herrera, Alfonso Esparza Oteo, Salvador Morlett, Cucho Monge y Roberto Montedónico, entre otros. Algunas de las piezas de Agustín fueron adaptadas para su interpretación con salterio, entre ellas la marcha Silverio Pérez y Farolito.
Para los años cincuenta y sesenta la competencia fue mayor con los géneros musicales de Estados Unidos (foxtrot, swing, rock), la música afroantillana, la cumbia, baladas, música electrónica y electroacústica, etcétera. Pero el salterio no está liquidado, porque en buena parte de los estados de la República se le sigue tocando, escuchando con agrado y construyendo, comentó Híjar, quien sin embargo dijo que el número de lauderos dedicado al salterio es cada vez menor.
En compensación a este fenómeno, los pocos constructores de salterio: Miguel Pacheco, la familia del maestro Eulalio Armas, los lauderos de Altzayanca, Tlaxcala, y Victoria Garduño, de la Casa de la Música Mexicana, entre otros, están empeñados en mantener viva su voz en conciertos, fiestas, talleres, conferencias, proponiendo su rescate a un nivel de difusión más amplio.
Quizás no vuelva a estar presente como lo hizo en los siglos XIX y la primera mitad del XX, pero sería deseable que todo mundo tuviera oportunidad de escucharlo y apreciar sus particularidades. Acaso para ello tenga que dar un giro en sus tareas interpretativas y, como ya lo está haciendo Dulce Melos de Querétaro, busque darle sonoridad a otros géneros musicales. ¿Por qué no intentar hacer jazz o rock con salterio?, apuntó el investigador.
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